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Septiembre es mes de vuelta a la rutina, de vuelta al trabajo; pero 4.625.634 españoles no encuentran un “tajo” al que poder regresar.
Empleo estacional que obliga a los jóvenes de este país a imitar a sus mayores y “emigrar como las golondrinas” (término utilizado para definir la migración que se producía en los años 60, con el inicio de la campaña de la vendimia en Francia). Emigración “económica” de baja cualificación que proveía de mano de obra barata no sólo la campiña francesa, sino también las industrias de Alemania o Suiza en su calidad de gastarbeiter” como se conocía a los trabajadores “invitados” a trabajar por la República Federal Alemana, en esos años.
Confiados en que la próxima primavera haga florecer los primeros brotes verdes y con la esperanza del regreso de las golondrinas, se nos pronostica un otoño caliente. Nada que ver con los efectos del cambio climático, sino más bien, con el cambio de paradigma que estamos viviendo.
Cambio de modelo del que todavía reniega una parte de nuestra sociedad que incapaz de alterar su rumbo hacia un destino incierto, espera en lenta agonía que otros vengan y le arreglen su situación.
Pura teoría de inadaptación en un mundo globalizado que ha transformado la forma de producir, de comercializar y de consumir; tanto bienes como servicios.
Sin ánimo de generalizar, nuestros líderes políticos y los agentes sociales (patronales y sindicales) tienen que abandonar sus “atalayas” cómodas y confortables, olvidarse de rentas electorales y bajar a pisar el barro. El carro está “atascao” y sigue lloviendo sobre mojado.
Pero no nos engañemos, el carro hay que empujarlo entre todos, también empleadores y trabajadores (públicos y privados). Se precisan cambios urgentes que incentiven el desempeño y la competencia profesional. Cambios que mejoren la competitividad y aumenten la productividad. Y sobre todo, una transformación cultural de nuestra sociedad que mire con otros ojos la iniciativa empresarial.
España tiene emprendedores. Individuos e individuas capaces de crear, organizar y conducir un negocio, asumiendo con su patrimonio personal perder todo lo invertido y mucho más. Emprendedores que por necesidad, por oportunidad o por conocimiento demandan un marco normativo y legal adecuado para desarrollar sus proyectos. España necesita de sus emprendedores y mientras tanto sufrimos un “éxodo de talento”, una pérdida de conocimiento que sólo tendrá efectos positivos a medio plazo si somos capaces de crear un entorno de estabilidad económica que permita a nuestros “gastarbeiter” retornar con la experiencia acumulada.
Un capital humano sin precedentes en la historia de España, en el que hemos invertido con gran esfuerzo en las últimas décadas y que si no lo remediamos pronto, solo será disfrutado por otros países como “gastarbeiter” de alta cualificación.
O nos “ponemos las pilas” para crear un sistema que incentive el retorno a corto plazo o perderemos toda esperanza de poder sostener en el futuro  un sistema público de pensiones, tal y como lo concebimos en la actualidad.
La “sociedad del bienestar” sin apoyo a los emprendedores y sin iniciativas para reforzar el tejido empresarial existente, es insostenible.

Es duro fracasar, pero es todavía peor no haber intentado nunca triunfar. (Theodore Roosvelt).


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